Esta historia ocurrida en La Plata fue escrita por Ramón Tarruella en su libro "Mitos y leyendas de La Plata"; acá les dejo lo que fue publicado en el diario Hoy hace unos años:
Fuentes:
"Una ciudad de fábulas", Revista Tiempos, 18/3/2007
"La casa de los mil libros", diario Hoy,
"Mitos y leyendas de La Plata", Ramón Tarruella
Todo comenzó una mañana de diciembre del año 1989. La ciudad amanecía a buen ritmo y se esperaba una intensa jornada de calor. Algunos vecinos del barrio de plaza Castelli salían a hacer las compras, otros regaban las plantas y otros, más apurados, corrían disparando hacia su trabajo. En medio de ese clima matinal, un joven salió a buscar unas cañas para su mujer.
Ella y él eran del barrio. Ambos estudiaban en la UNLP y vivían en un departamento. Ella tenía adoración por las plantas, y su deseo era que sigan creciendo firmes con el sol de la temporada estival que comenzaba.
A pocas cuadras de su hogar, en calle 22 entre 65 y 66, había una misteriosa casa abandonada. Su fisonomía recordaba a una de las típicas casas de Ensenada pero ubicada en pleno casco urbano platense. Su distribución era en forma de L, estaba construida mitad madera y mitad chapa, con techos bien altos y, para completar la visual de una postal ensenadense, a su costado crecían una gran cantidad de cañas, las cuales podrían ser el sueño de cualquier pescador mojarrero.
Con la misión de cortar algunas que sirvieran como tutores de las plantas de su mujer, el joven se coló en la misteriosa casa. Munido con una hachita de mano y con su mochila de viajero en el hombro, cortó y apiló unas cuantas cañas. Antes de salir de la casa, hizo un pequeño recorrido y llegó por el patio hasta su fondo. Fue allí que descubrió un inmenso tesoro en su interior.
Como una invitación latente, una de las puertas del patio trasero estaba entreabierta, él no dudó en cruzarla, y para su sorpresa la abertura condujo a dos grandes salas totalmente repletas de libros. Los había de diferentes tamaños, colores y formas, ordenados en estantes y en el suelo, apilados en torres de hasta medio metro. Todo el lugar estaba colmado de volúmenes, lo que hacía difícil un recuento rápido.
Antes de salir, sacudió el polvo de algunos y descubrió que en su mayoría eran libros de historia de diferentes épocas y lugares. Todo parecía indicar que el dueño de esos libros sería un académico o un historiador.
Antes de dejar el lugar, se adentró en una de las habitaciones del frente de la casa. El mobiliario era sólo una antigua cama de hierro, pero un detalle de la decoración llamó poderosamente su atención. Las paredes estaban totalmente colmadas de almanaques de tiempos remotos. De entre ellos alcanzó a distinguir una fotografía. Era de una formación militar posando en la cubierta de una fragata, cuyos miembros estaban vestidos con anticuados trajes de combate. Buscó en la cara de los marinos el semblante que coincidiera con su idea de intelectual o historiador, pero no llegó a ninguna conclusión. Sin dar más rodeos, salió disparando de la casa, tan rápido que se olvidó las cañas cortadas para su mujer.
Al volver a su casa, le contó a ella sobre su descubrimiento y juntos volvieron a la antigua casa, en busca de alguna de aquellas reliquias encuadernadas que, sin dudas, constituían todo un tesoro para dos estudiantes.
Al llegar, entraron en la casa y, con prisa y sin pausa, llenaron de libros el bolso de viaje llevado para esa misión. Sin demasiados miramientos ni criterio estético, colmaron el equipaje y volvieron rápido hacia su casa.
A los pocos días de la faena en la casa abandonada, regresaron a su pueblo para pasar las fiestas de Navidad. Hasta allí llevaron algunos ejemplares que lograron canjear por libros que necesitaban para la facultad. De su botín inicial sólo conservaron un ejemplar sobre la Edad Media de Henri Pirenne, y un ensayo sobre la historia de la ciudad griega de Rubén Calderón Bouchet.
Una vez de vuelta en La Plata, la pareja decidió volver al lugar. Cargados con el bolso de la vez anterior, llegaron hasta la puerta de aquella secreta biblioteca pero, para su sorpresa, alguien había colocado un candado doble en la puerta de hierro que daba al patio. Observaron hacia el interior y nada parecía haber cambiado desde su última visita, allí estaba el patio intacto y el monte de cañas bamboleando con el viento.
Ambos calcularon que alguien los había visto entrar y avisó a los dueños de la casa para que tomasen algún recaudo para velar por la seguridad de aquel ignoto templo del conocimiento.
Con la sensación parecida a quedarse sin fichas para la calesita, la pareja dio media vuelta y volvió hacia su casa. En el camino de vuelta tal vez se dijeron que ya había sido suficiente y en una de esas se contentaron de que nadie los hubiese atrapado cuando se hacían de aquellos preciados volúmenes que habían trocado.
A los pocos días de su última visita, la pareja advirtió que algo inusual ocurría no muy lejos de su casa. Escucharon muy cercana la sirena de los bomberos y salieron a la puerta para ver qué pasaba. Allí pasaban a raudales los vecinos en dirección a la casa de los mil libros, que hasta ese momento sólo tenía importancia para ellos dos. Al llegar, fueron testigos del final.
El preguntó qué había iniciado aquel incendio y algunos vecinos le dijeron que algunos remanentes de pirotecnia de las Fiestas habían ido a parar a la casa y desataron las llamas.
Todo el barrio estaba parado observando el increíble foco de fuego que se había activado en aquella solitaria casa. Los bomberos casi no daban abasto y redoblaban sus esfuerzos para contener las llamas. Desde lejos, ellos miraban la escena.
Fuentes:
"Una ciudad de fábulas", Revista Tiempos, 18/3/2007
"La casa de los mil libros", diario Hoy,
"Mitos y leyendas de La Plata", Ramón Tarruella
No conocía esta historia. ¿no se sabe a quién perteneció esa casa? es muy interesante... gracias por compartirla
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